El concepto de paisaje sonoro se emplea para explicar, distinguir y estudiar el universo sonoro en un determinado espacio (real o simulado), lugar y tiempo. Es usual que se defina al ruido como un sonido “no deseado”, como un desperdicio que debe ser eliminado. Sin embargo, en los entornos urbanos, los esfuerzos por prevenir, controlar y reducir los niveles sonoros implican un desafío cada vez mayor, por no decir un esfuerzo frustrante, que en muchos casos se encuentra en contraposición con el progreso y desarrollo de las economías regionales.
Estudios recientes, indican que la molestia percibida por el ruido, no solamente depende de su sonoridad y otras variables objetivas o mensurables; sino que también juegan un rol importante variables subjetivas como el contexto cultural y emocional de las personas.
El primero en introducir el concepto de paisajes sonoros (o soundscapes en inglés) fue el músico, compositor, educador, escritor, pedagogo musical y ambientalista canadiense Raymond Murray Schafer, que los define de la siguiente manera: “Un paisaje sonoro es cualquier colección de sonidos, casi como una pintura es una colección de atracciones visuales”. A su vez, introduce el concepto de ambientes “de alta fidelidad”, en referencia a los lugares donde los sonidos no compiten entre sí, enmascarándose unos a otros, como lo es el caso de las ranas que dejan de croar en la mañana, cuando comienzan a cantar los pájaros y vuelven a hacerlo en el ocaso, cuando deja de oírse el último gorjeo de un pájaro.
A fines de la década del 60, un grupo de jóvenes canadienses, alarmados por los acelerados cambios de los paisajes sonoros en el planeta tierra, fundaron “The World Soundscape Project”, con el objetivo de registrar los paisajes sonoros de diferentes partes del mundo y así permitir a las generaciones futuras comparar sus paisajes sonoros con los del pasado.
En el año 1977, Schafer publicó su libro “The tunning of the world”, que es considerado para muchos como la Biblia de los Paisajes Sonoros. En este libro se presenta, además de varias cuestiones e ideas en relación a la situación ciertos ambientes sonoros del mundo actual, una posición estética y filosófica muy clara en relación a la evaluación de los paisajes sonoros, incluyendo sugerencias sobre qué se debería hacer.
Los especialistas en planeamiento urbano suelen proponer diferentes e innovadoras soluciones para crear un “buen ambiente urbano”. Sin embargo, usualmente ponen el foco de atención en la estética visual de asuntos prácticos como el ordenamiento del transporte, el tratamiento de los desperdicios y el uso eficiente de la energía; ignorando o restando importancia a los ambientes sonoros que serán afectados por causa del planeamiento y diseño arquitectónico de cada espacio. En general, se suele desconocer la importancia y los beneficios de vivir en un entorno acústico saludable.
Por otra parte, cuando se abordan cuestiones de ruido urbano en la agenda de políticas de planeamiento, el tema principal suele ser reducir los niveles y legislar para esto. Sin embargo, el desafío de crear ambientes sonoros más agradables, se debe abordar de maneras más creativas.
Es necesario profundizar el estudio de los sonidos y tomarlos en cuenta en los trabajos de diseño y planeamiento urbano. Un primer paso, podría ser comenzar a registrar, inventariar y documentar los sonidos presentes en cada región.
Los arboles y las aves autóctonas están hechas las unas para las otras. Las aves la región se son atraídas por los frutos de los árboles. Las plantas son anfitrionas de insectos como orugas y mariposas, que a su vez sirven de alimento para las crías de las aves. Las aves ingieren, digieren y esparcen las semillas de los frutos que comen, promoviendo la reforestación de los bosques, y así se alimenta el ciclo de la vida; ampliando poco a poco el paisaje sonoro natural de nuestro entorno.
Una gran herramienta para optimizar los paisajes sonoros urbanos es aprovechar el relajante y terapéutico sonido del agua. Por ejemplo, se puede seguir el ejemplo del “Paseo Santa Lucía” en Monterrey, México, donde construyeron una serie de fuentes de agua que, además de ser un gran atractivo visual, se utilizan para enmascarar los sonidos del tránsito vehicular de las carreteras aledañas.